Vuelven las mariposas monarca, cargadas de memoria y de futuro

 

Cuando empiezan las cosechas, cuando llega el otoño y cuando se acerca el Día de Muertos empiezan a llegar las mariposas monarca de regreso a México. Tienen las alas del color de las hojas que cubren el suelo y las leyendas de los pueblos del centro del país las asocian con el regreso de quienes pasaron a otros mundos. Se las consideró en peligro de extinción, aunque el trabajo comunitario en los bosques mexicanos y el esfuerzo de comunidades y científicos en toda América del Norte las mantienen a salvo y su estatus en la Lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza es de “preocupación menor”. Nos acompañarán todo el otoño y el invierno, y a principios de primavera emprenderán su regreso hacia el norte.

Su ciclo de vida es fascinante y encierra muchos misterios. La generación más longeva, que vive hasta nueve meses, es la que nace a finales del verano y migra desde Estados Unidos y Canadá hacia los bosques que se alzan en la frontera entre Michoacán y el Estado de México, y luego de regreso. Lo mismo la generación anterior a ella como la posterior, en cambio, viven apenas unas semanas y no saldrán nunca del entorno en que nacieron.

Este fenómeno que pinta de anaranjado los troncos de los oyameles del centro de México ha estado en riesgo desde hace ya por lo menos cuatro décadas. La deforestación en los bosques templados y su aprovechamiento desordenado pusieron en riesgo el ecosistema de llegada de la generación longeva, y estudios recientes en Estados Unidos han determinado que el uso de pesticidas en la agricultura industrial, la destrucción del ecosistema y el cambio climático son también amenazas muy importantes.

Así, aunque sus poblaciones se han estabilizado en los últimos años, no son ni de lejos tan abundantes como a finales de los años 1990, por ejemplo. Si en ese entonces las monarcas que llegaban a México ocupaban unas siete o diez hectáreas de los bosques de pino, encino y oyamel cercanos a Zitácuaro y a la sierrita de Amanalco, hoy apenas cubren entre dos y tres hectáreas.

Defender los ecosistemas es defender su belleza, nuestra fantasía y nuestra memoria. Sin bosques no hay mariposas, y para seguir teniendo mariposas hay que impulsar una agricultura sustentable y un manejo forestal regenerativo y comunitario.