Somos aire, aire puro

Todos somos, también, aire. Las plantas toman de la atmósfera el carbono con el que construyen sus cuerpos. Los animales aprovechamos el oxígeno que ellas descartan para poder usar la energía que conseguimos. Los seres humanos usamos los gases que nos envuelven para movernos por ellos, para disfrutar olores, para impulsar gran parte de nuestra maquinaria, y si lo que respiramos está sucio, enfermamos. Para todo eso, todos los seres vivos necesitamos que el aire esté limpio, respirable, como pide este Día internacional del aire puro instaurado por la Organización Mundial de la Salud.

Conseguir que los aires vuelvan a estar limpios —la contaminación atmosférica es un fenómeno muy reciente, de hace menos de doscientos años— es muy posible si se aplica la regulación vigente en México, y si se la mejora. Como en prácticamente todos los temas ambientales, el país sigue enfrentando un problema serio de impunidad y otro de dispersión de facultades, además de la falta de capacidades para mejorar las regulaciones y detectar cuándo se las violan.

La responsabilidad de lidiar con los contaminantes atmosféricos corresponde en algunos temas —cuando viene de los vehículos, por ejemplo— a los municipios. En otros más, como las instalaciones que generan energía o las de extracción de hidrocarburos, toca a la Federación, a través de la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente. En los casos más complicados, como el de la Zona Metropolitana del Valle de México, los contaminantes pasan de un municipio a otro a través de las fronteras entre varios estados y, además, sus fuentes son responsabilidad de distintas entidades y órdenes de gobierno.

Ordenar y peinar la legislación, dotar a las dependencias relevantes de las capacidades que necesitan y combatir la impunidad será clave para algo que parece muy trivial, pero que hace mucho no tenemos: el aire puro.