
Los humedales son esos ecosistemas que no son ni agua solamente ni tierra, nada más, sino un espacio que los conjuga y que los rebasa, y que es vital para la vida toda —nade, vuele y o camine— pueda sobrevivir. Los hay que nacen entre el mar y la costa, los hay que salpican y adornan zonas donde el mar no podría ni imaginarse, o que sirven de enlace entre todos esos entornos.
Los humedales terrestres son los pantanos, los lagos, los ríos que hay en el mundo. Son las grandes reservas de agua para las ciudades y para la agricultura. En México, lagos como el de Chapala, en Jalisco, o lagunas como Cuitzeo, en Michoacán, capturan el agua de la lluvia y la almacenan, dándonos qué beber aunque estemos en tiempos de secas.
Los ríos son, además, la columna vertebral de muchas culturas. Al río Atrato, en Colombia, se le ha reconocido como sujeto de derecho por su importancia para las culturas que pueblan sus orillas, y por las aguas del Ganges, en la India, navegan ilusiones, mitos y esperanzas milenarios. Los ríos que van de las montañas de Chiapas a las selvas y las costas tabasqueñas fueron por miles de años la única forma de comunicación entre las culturas de las tierras altas y frías con los mares que las enlazaban con el Caribe todo.
Cuando están en las costas, como los manglares, son también el gran freno del oleaje y una protección contra los huracanes y las tormentas. La raíz de la vegetación que los puebla atempera la fuerza del mar cuando golpea la orilla y hacen que las avenidas que bajan hacia el océano no destruyan las playas. Esto se ve con claridad en lugares como La Paz, Baja California Sur, o en Cancún, en Quintana Roo, que dependen de sus humedales para seguir en pie.
Todos, por desgracia, están amenazados. La ganadería, las obras de infraestructura mal planeadas, la urbanización y la contaminación amenazan los humedales costeros, mientras que la extracción excesiva de agua, el cambio climático y la contaminación amenazan los terrestres.
El gobierno federal ha prometido que se restaurarán, por lo pronto, tres ríos importantísimos para el país —el Tula, el Lerma-Santiago y el Atoyac—, y eso es una gran noticia, pero queda mucho por hacer. Se debe impulsar una planeación territorial mejor y hacer de la conservación de la naturaleza una herramienta para el desarrollo, en lugar de hacer del desarrollo un camino en el que la naturaleza es sacrificable.