Los bosques se queman más y peor, pero hay mucho por hacer

 

Los bosques de México se queman cada vez más, con cada vez mayor intensidad. Hace un poco más de cincuenta años, en 1974, cuando la deforestación no había avanzado tanto como hoy en día, se quemaron 156 mil hectáreas de bosques. Hace tres décadas los incendios de 1995 fueron considerados gravísimos, porque afectaron 309 mil hectáreas. En 2024 se quemaron un millón 672 mil hectáreas de bosque, diez veces más que medio siglo antes, cuando, además, había más bosques en México.

Aunque muchos de los ecosistemas forestales en el país no sólo están adaptados al fuego, sino que lo necesitan para estar sanos, el calentamiento global, las presiones humanas y los ataques intencionales han hecho que la situación rebase por mucho lo saludable. Los bosques templados de México, dominados por pinos, encinos y oyameles, necesitan quemarse de tanto en tanto.

El fuego limpia los suelos y permite a las semillas de las coníferas alcanzarlos. También acaba con algunas plagas, sean vegetales —parásitos que se pegan a los troncos, por ejemplo— o animales —hay escarabajos que se meten bajo la corteza y el fuego los elimina antes de que pasen de larvas a bichos voladores y puedan afectar otros árboles—. Regula las poblaciones de árboles quemando a los suprimidos o enfermos y dejando en pie a los más sanos.

Éstas son algunas de las razones por las que el fuego no debe suprimirse directamente, sino manejarse. Las tareas que hacen las comunidades forestales van orientadas hacia allá. Al reducir la cantidad de hojarasca acumulada en el suelo, por ejemplo, o al abrir brechas sin combustible para ralentizar la propagación de las llamas cuando las hay, se minimizan los daños de los incendios, maximizando sus beneficios.

Estas tareas, sin embargo, ya no son suficientes. El cambio climático le ha hecho el mundo más fácil a las plagas, que ahora pegan con más fuerza y debilitan porciones mucho mayores de los árboles del bosque. Las prolongadas sequías, además, quitan fuerza a los árboles y los hacen más susceptibles de caer presa tanto de plagas, como de incendios que se salen de control.

Por si esto no bastaba, las presiones humanas han aumentado enormemente en los últimos años. Hay más terrenos agrícolas en más áreas forestales, y las quemas para limpiar las parcelas se pasan a los bosques. Se usa el fuego también para desmontar con mayor facilidad y cambiar ilegalmente el uso del suelo de esos ecosistemas. Se queman los bosques intencionalmente para presionar a las comunidades aledañas para que hagan algo que no querían.

Para no perder los bosques ni ante los deforestadores ni ante los incendios, México debe apoyar a sus comunidades forestales, invirtiendo en capacidades y fortaleciendo el presupuesto de la Comisión Nacional Forestal. Hace falta también hacer valer la ley, que prohíbe las actividades en terrenos deforestados antes de 20 años, y también los incendios provocados.

Hace falta también apoyar a las comunidades forestales para proteger los entornos incendiados y favorecer la regeneración natural. Aunque es cierto que en muchas ocasiones no hace falta emprender tareas de reforestación —ahí están las semillas y la naturaleza se encargará del resto—, si hay tareas que se deben llevar a cabo, como tomar medidas para impedir la erosión, acomodando ramas tiradas en curvas a nivel, o construyendo terrazas —no tinas ciegas—, y simplemente impedir que se aproveche la devastación para ocupar esos terrenos.