¡Comer todos y todas y comer mejor para salvar el planeta!

 

Producir más no es comer mejor, y tener más superficie destinada a la producción de alimentos no ha servido para acabar con el hambre. En este Día mundial de la alimentación hay que repensar qué comemos y cómo lo obtenemos, y sobre todo quiénes se benefician con el sistema actual y quiénes salen perdiendo. Por desgracia, las respuestas son bien conocidas: pierden el planeta y los más vulnerables, y ganan las grandes empresas.

En México, según el Censo Agropecuario, hay 30 millones de hectáreas destinadas a la agricultura, principalmente para producir arroz, cebada, frijol, maíz, sorgo y trigo, además de caña de azúcar, alfalfa, naranja, limón, agave y plátano. Cada año se obtienen casi 35 millones de toneladas de granos, y los principales estados agropecuarios son Sinaloa, Jalisco, Tamaulipas, Guanajuato, Michoacán de Ocampo y Sonora.

Uno de los problemas que enfrentamos es que la tercera parte de la producción nacional, unas 20 toneladas de alimentos, se desperdician cada año en el país, según cifras de la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la Organización de las Naciones Unidas (FAO). Esto ocurre mientras 14 por ciento de los mexicanos —casi 19 millones de personas—no comen suficiente ni con la suficiente calidad, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.

Esos alimentos de los que tantos se desperdician se obtienen en una superficie que va creciendo a costa de los ecosistemas forestales. Así, en lo que va de este siglo México ha perdido 10 por ciento de sus bosques primarios —unas 886 mil hectáreas— y el 10 por ciento de su superficie forestal total, sobre todo para aumentar la superficie productiva.

La solución a esta situación está en cambiar la forma en que obtenemos y, sobre todo, en que distribuimos nuestros alimentos. Para lograr una alimentación suficiente y culturalmente apropiada necesitamos apoyarnos cada vez más en cadenas cortas, acercarnos más a los productores y construir una política agropecuaria centrada en los pequeños productores y no en las grandes transnacionales. Con organización, con intervenciones claras para garantizar un piso parejo en los mercados, con redes descentralizadas de distribución, tenemos mucho por ganar.

Si lo logramos, si avanzamos en esa línea, podremos recuperar nuestros bosques y nuestros mares, habremos acabado con el hambre y comeremos mejor y más rico. ¡Tenemos todo por ganar!